por Eduardo Merlo Juárez (Arquéologo mexicano )
"Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal. Dioses benevolentes crearon este recinto ideal que nada tiene de tenebroso y es más bien tranquilo y agradable, donde las almas reposan plácidamente hasta el día, designado por la costumbre, en que retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes. Aunque durante esa visita no se ven entre sí, mutuamente ellos se sienten.
El calendario ritual señala dos ocasiones para la llegada de los muertos. Cada una de ellas es una fiesta de alegría y evocación. Llanto o dolor no existen, pues no es motivo de tristeza la visita cordial de los difuntos. La exagerada hospitalidad de los mexicanos es proverbial. Ésta se manifiesta a la menor provocación, aún más si los visitantes son sus parientes ya fallecidos. Hay que deleitarlos y dejarlos satisfechos con todo aquello que es de su mayor agrado y asombro: la comida.
Desde remotas épocas hasta la actualidad, el “banquete mortuorio”, resplandece en todas las moradas nacionales, desde los humildes jacales o casas rústicas, hasta los palacios y mansiones.
La comida ritual se efectúa en un ambiente regiamente aderezado en el que vivos y muertos se hacen compañía.
Cada pueblo y región ofrece variados diseños e ideas para este evento, pero todos con la misma finalidad: recibir y alimentar a los invitados, y convivir (o tal vez “conmorir”), con ellos”.
En este día, los mexicanos se vuelcan a los cementerios llevando muchas flores y la comida preferida del difunto para homenajearlo en su "visita". Quiénes han participado de esta tradición que ya tiene unos 200 años, dicen que es una verdadera fiesta nacional similar a una navidad.
En cada casa suelen montarse altares de siete niveles en homenaje al difunto: en el primer escalón se coloca una foto del santo de quien era devoto el finado, los colores que predominan son el morado y naranja que pueden encontrarse en forma de guirnaldas de papel barrilete. En el 2º piso del altar se colocan calaveras de azúcar o chocolate con el nombre de los familiares vivos que habitan esa casa, en el 3º bolsitas de sal en honor a los niños del purgatorio, mientras que en el 4º piso se coloca "pan de muerto", elaborado con una masa de clara y azúcar, es muy dulce tiene forma redonda similar a una rosca y se acompaña con salsa roja que simula sangre.
En el 5º piso se ubica la comida y la fruta favorita del familiar fallecido sobre un mantel morado o naranja, en el 6º se encuentra una foto del finado, y en el último y 7º piso una cruz y un rosario, más cuatro velas que indican exactamente los 4 puntos cardinales -necesario para que el muerto pueda ubicar su casa con facilidad- y además, una olla de barro con hierbas arómaticas como albahaca, laurel y manzanillla para las buenas ondas.
Predominan mucho las flores "chinitas" y los colores morado y anaranjado que representan la muerte y la vida respectivamente.